Tiene cierto encanto poético el hecho de que minutos antes de entrar en uno de los desiertos más duros del planeta, estuviéramos visitando un pueblo fantasma. Se llama Rhyolite y se encuentra a poco menos de 10 km’s de Beatty, en la carretera de acceso al Death Valley.
Rhyolite quizá sea uno de los pueblos fantasma más famosos de la Ruta 66 y, por extensión, de todo Estados Unidos. Se encuentra a pocos kilómetros de uno de los desiertos más duros del planeta, el famoso Death Valley, y fácilmente accesible por carretera. Aquí va una pequeña historia sobre cómo un pueblo se construye y, sólo pocos años después, es completamente abandonado.
También, en sus cercanías, uno de los museos más inquietantes que hayamos visto nunca. Aunque… quizá sería más adecuado denominarlo galería de arte al aire libre.
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El pueblo fantasma de Rhyolite
Situado al norte del Desierto de Amargosa* y a 199 km’s de Las Vegas, Rhyolite es un pueblo que creció a la sombra de la industria minera.
Flipad con este dato: en enero de 1905 sólo había dos pobladores y en junio de ese mismo año, cerca de 2.500 personas vivían por la zona en búsqueda del preciado metal.
El nombre de Amargosa viene del río que pasa por la cercana localidad de Beatty, y el nombre de éste a su vez, de la palabra «amargo». Y es que el río en ciertas partes de su recorrido contiene altas cantidades de sal, derivando el nombre en algo así como «Río Amargo».
En esos pocos meses, según la Wikipedia, se habían construido (y os aseguro que me cuesta creerlo) cerca de cincuenta saloons, barberías, cerca de veinte restaurantes…
El origen etimológico del Rhyolite, que lo enlaza directamente con la fiebre del oro, proviene directamente de la riolita, una roca volcánica donde se encuentran (incrustadas en ella) las ansiadas y perseguidas vetas de oro que tan comunes debieron ser en la zona.
Cómo nace una ciudad…
Se estima que, cuando a primeros del siglo pasado se comenzó la venta de parcelas a los primeros pobladores, éstas se vendían alrededor de los 50 dólares, mientras que un mero barril de agua se adquiría a un precio que podía oscilar entre los dos y los cinco dólares (nos podemos hacer, así, una idea de lo árido del lugar).
Este pueblo sufrió de una vida realmente corta: se fundó en 1904 propiciado por la anteriormente citada fiebre del oro, y más concretamente, por la mina Montgomery Shoshone, ya existente, que en 1906 pasó a ser propiedad del empresario Charles M. Schwab.
Dicho empresario invirtió fuertemente en la región, ya que necesitaba mano de obra que extrajera de las entrañas de la tierra el dichoso oro.
Y como allí en Estados Unidos se hace todo a lo grande o no se hace, tan solo tres años después se estima que Rhyolite contaba con una población cercana a los 12.000 habitantes.
Y esos habitantes, por supuesto, requerían de servicios en la ciudad: la ópera, hoteles, una zona roja, un hospital o un periódico local eran sólo algunos de los servicios que se podían encontrar en esa árida ciudad.
Tenemos, por tanto, que de la nada y en cuestión de poquísimos años se estableció en la región una ciudad de un tamaño considerable, con una oferta de servicios que a día de hoy rivalizaría con alguna ciudad de provincia española (obviemos, eso sí, la calidad de dichos servicios).
Una curiosidad que aún se puede encontrar en este lugar: la Casa de Botellas, construida con cerca de 50.000 unidades de botellas de cerveza y licores varios en 1906 por el minero T. Kelly. ¿Por qué una casa de botellas? Pues resulta fácil de imaginar una vez piensas en la escasez de madera que había en la región.
… y cómo se convierte en un pueblo fantasma
Tras el pánico financiero de 1907, la ciudad comenzó a perder habitantes tan rápido como los había ganado: en dos años la ciudad vió cómo se marchaban cerca de once mil habitantes. La fecha de defunción del asentamiento es de 1924, cuando el último habitante falleció. Veinte míseros años de existencia.
Así lucía esta ciudad en 1909 (fotografía extraída del blog http://www.ghosttowngallery.com/htme/rhyo.htm):
Sirva este post como un perfecto recordatorio de que aquí estamos de paso, y que lo que hoy es algo inamovible para nosotros (nuestras ciudades, nuestra forma de vida), puede desvanecerse en cuestión de pocos años. Ahora sólo se quedan los restos de lo que un día fue una boyante ciudad, desprendiendo esa belleza que a veces sólo lo decadente posee.
Museo al aire libre Goldwell
Os dejo esta inquietante escultura, y si queréis leer más al respecto, pinchad en ella para ir a la página que dediqué a tan curioso lugar:
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