Hoy vamos con un artículo de los que se disfruta al escribirlos: hablaremos del burlesque en el Harlem de principios del Siglo XX, de cómo se intentaron prohibir los pinballs, del último concierto de Michael Jackson.

De cómo un tocón de madera provee de suerte a generaciones enteras de músicos, pero también de cómo una joven Lauryn Hill, tremendamente nerviosa, es abucheada por un abarrotado Apollo Theater y cómo, sólo unos pocos años después, llega para reventarlo.

En definitiva, dejadme que os cuente una historia del Apollo Theater de Harlem, el mayor templo de la cultura negra de todo Estados Unidos.

Una historia del Apollo Theater de Harlem

Exterior del Teatro Apollo, Harlem, Nueva York. Fotografía que realicé en 2019.

Una historia del Apollo Theater de Harlem

Hablo, sí, del Teatro Apollo de Harlem, donde vimos hace pocos años a Mavis Staples y donde, al traspasar sus puertas, un simpático acomodador nos espetó aquello de welcome to the world-famous Apollo Theater.

Así que, queridos lectores: acomodaos, poneos buena música (os sugiero a la misma Mavis, para qué ir más lejos) y vamos a ver cómo lo que originalmente era un teatro de burlesque se convirtió en el mayor templo de la música negra. En definitiva, una historia del Apollo Theater de Harlem.

Antes del Apollo: el burlesque

El burlesque, ese espectáculo erótico que el imaginario colectivo asocia con el Moulin Rouge y las noches de las décadas que transitan entre los siglos XIX y XX poco tiene que ver con lo que en un origen fue: y es que el término burlesque nace a lo largo del XIX para nombrar a una obra literaria que parodiaba un asunto concreto.

El término fue acuñado ya en el Siglo XVI y… ¿os suena un librito llamado El Quijote? Vale, formalmente no podemos decir de nuestra obra más universal que es burlesque literario, pero podríamos englobarla dentro de esta corriente. Al fin y al cabo, nuestra obra más sublime no hace otra cosa que mofarse y ridiculizar los romances de caballerías de siglos anteriores. Aunque eso a todos nos lo explicaron en el colegio… ¿verdad?

Saltamos a principios del S. XX. Es entonces cuando resurge este estilo, ahora denominado neo-burlesque y donde, sí, todo toma un cariz sexual y donde enseñar algo de carne es el motivo principal del espectáculo. En paralelo, y cada uno con sus propios matices, en estos años nacen el vodevil en Estados Unidos, el cabaret en Francia, o el Music Hall en Inglaterra.

¿Por qué cuento todo esto? Porque el Apollo abre sus puertas en 1913 para ser, básicamente, un teatro enfocado al burlesque:

Los primeros años: de 1913 a 1934

Aún le quedaban unos añitos para recibir el nombre actual. Cuando el world-famous Apollo Theater abre sus puertas, su nombre original es Nuevo Teatro de Burlesque de Hurtig y Seamon, dos empresarios que, habiéndoseles quedado pequeño un cercano teatro que regentaban, deciden alquilar durante treinta años este nuevo espacio para albergar espectáculos de la compañía en la que recientemente habían ingresado, la denominada Columbia Amusement Company.

Una historia del Apollo Theater de Harlem

Exterior original del ahora Apollo Theater.

El primer espectáculo de esta compañía se realizaría en diciembre de 1913 y la revista Variety describiría a sus acomodadoras como «educadas señoritas de buen ver«…

Y, por supuesto: los negros ni estaban, ni se les esperaba hasta aproximadamente un par de décadas más tarde.

El nombre del Apollo asoma tímidamente

Tras el fallecimiento en 1928 de Hurtig el teatro es alquilado a los Hermanos Minsky, los cuales bautizan a este nuevo recinto con el mismo nombre que el pequeño teatro que regentaban hasta entonces: el Apollo.

Tras un lavado de cara del lugar, opera de forma ininterrumpida hasta mediados de 1933. Entre medias habían llevado parte de su programación a su nuevo recinto estrella, el Teatro Republic, en la ya famosa Broadway (Calle Ancha, en español ¿lo habíais pensado alguna vez?). También habían comenzado a servir bebidas alcohólicas en abril de 1933 (curiosamente, la Ley Seca no acabaría oficialmente hasta diciembre de ese mismo año) y habían empezado a programar black vaudeville…

Todo se les viene abajo cuando quieren renovar su licencia para seguir programando burlesque en mayo del ’33… y se ven obligados a cerrarlo durante siete meses por no poder renovarla.

¿Y por qué no pudieron renovar la licencia? Bueno, tiene nombre propio…

Se prohíbe el burlesque… ¡y los pinballs!

Fiorello LaGuardia (sí, el mismo que da nombre al aeropuerto de LaGuardia, desde donde volamos a Nueva Orleans) libró una batalla contra lo que imagino él supondría sería un espectáculo indigno de la biempensante población blanca norteamericana.

Pero, ojo: también luchó por la prohibición de los pinball (¡los hoy inocentes pinball!). Todo en pos de una intachable moralidad que no se podía ver cuestionada por temas tan cruciales como las máquinas recreativas.

Porque tras trece años de prohibición, y habiéndose demostrado tremendamente ineficaz, a la Ley Seca le quedaban meses para ser abolida; es de suponer que había que buscar un nuevo enemigo contra el cual luchar. En este caso le tocaría el turno al vodevil, tan de moda durante décadas en territorio norteamericano.

Una simple reflexión por mi parte: no deja de sorprenderme cómo un país puede ser capaz de lo peor y lo mejor: la tremenda música que nos han regalado a todos, el cine, ese amor por su joven patrimonio cultural, pero en yuxtaposición a todo esto: la caza de brujas, las continuas guerras en terceros países, las armas campando por doquier, la cultura del fast-food… En fin, sigamos:

Los negros ya pueden entrar

Enero de 1934. El Apollo vuelve a cambiar de manos.

Lo coge un tal Sidney Cohen, el cual regentaba ya otros teatros de la zona, y cambia el modus operandi de arriba a abajo.

«Programemos espectáculos negros para público negro. Y los curritos del teatro, también, que sean negros. Ah, quítame todas esas referencias chabacanas al burlesque y programemos algo que pueda disfrutarlo la abuela y el nieto. Quiero llenar esto como sea».

Frase inventada pero que dudo se aleje mucho de la realidad.

Aquí ya recibe el nombre definitivo que todos conocemos y el público deja de ser un selecto público blanco para atraer a desempleados, jóvenes y obreros.

Y fijaos si resultaba motivo de orgullo para el barrio el teatro, que en ninguna de las tres revueltas que Harlem sufrió (1935, 1943 ó 1964), el Apollo se vio afectado de forma alguna.

Resumiendo: que debemos más a la necesidad de llenar un patio de butacas vacío que a la apertura de miras de una sociedad (aún no se cuestionaba lo más mínimo el tema racial) lo que hace que el Apollo decida abrir sus puertas a la creciente población afroamericana del barrio.

Así que.. Fiorello LaGuardia, gracias por el Apollo. Efectivamente, te merecías un aeropuerto a tu nombre.

Empieza, y sigue hasta el día de hoy, la programación musical (así como de comedia pero también las famosas Amateur Nights, de las cuales hablaré más abajo) que todos conocemos: big bands, jazz, r&b, blues…

El bueno de Sidney tuvo a bien encargar la programación a John Hammond, una de las figuras más importantes de la historia de la música de Estados Unidos (no, no tiene parentesco alguno con el guitarrista de The Strokes: éste proviene de otra saga de Hammond).

El espectáculo estaba servido.

Los segundos años: de los cincuenta a los setenta

Los cincuenta

Abren su escenario a la música que lo estaba rompiendo por aquel entonces: el rock’n’roll. Pero también al mambo y al góspel. Instalan una gran pantalla de Cinemascope para cuando no hubiera conciertos. Todo con su política de precios bajos (y también, debido a la falta de apoyo institucional, racaneando en los cachés de los artistas).

La frenética programación debió ser espectacular, increíble, digna de tener una máquina del tiempo y pasar una semana cualquiera en Harlem: se habla que lo habitual era cinco o seis actuaciones diarias, los siete días de la semana.

Una historia del Apollo Theater de Harlem

Programación de una semana cualquiera de 1959. Por la otra cara estaba anunciado, entre otros, Duke Ellington.

Me ha sorprendido ver a Big Jay McNeely, el cual grabó hace relativamente pocos años un discazo divertidísimo con los no menos divertidos alemanes Ray Collins Hot Club. También podemos ver, al lado del nombre de Willie Mabon, las Amateur Nights. A día de hoy siguen siendo los miércoles.

Los sesenta

Curiosa esta historia: otro cambio de manos, una instalación de un nuevo equipo de sonido, hincapié en la programación de r&b (ahí tenemos el famoso Live At The Apollo de James Brown), una nueva reforma que costaría 50.000 dólares y que se llevó a cabo en su totalidad por afroamericanos.

Todo parecería ir viento en popa para nuestro ya viejo amigo el Apollo, especialmente sabiendo que el Movimiento de los Derechos Civiles estaba a punto de lograr su objetivo primordial. Pues no.

Resulta que tras la aprobación de la Ley de los Derechos Civiles de 1964, a los negros se les permite empezar a actuar en clubs y hoteles… ¿qué ocurre? Que el Apollo se resiente. 

Tampoco ayudaría el hecho de que la violencia en el barrio estuviera en auge, no hubiera nada más de interés en los alrededores que justificara un viaje al norte de la ciudad y, aunque suene a coña: que estuviera jodido aparcar.

Y aún así. Aún así, si nos hubiéramos acercado al Apollo una noche cualquiera de 1964, podríamos haber visto al santo grial del blues en directo:

Una historia del Apollo Theater de Harlem

Jimmy Rushing, T-Bone Walker, Sonny Terry, Muddy Waters, Brownie McGhee y James Cotton. 1964. Fotografía de Don Paulsen.

Y los setenta

Los setenta, los increíbles setenta, pillan al Apollo con el ritmo cambiado: varios intentos de venta del recinto, la violencia en auge en el barrio (no os creáis: aún a día de hoy la zona no es en la que dejarías a tus hijos jugar con total tranquilidad), dificultades financieras, cabezas de cartel que se niegan a actuar allí porque no pagan lo suficiente, el despido forzoso de cerca de cien trabajadores, un recorte brutal de la programación anual, equipo que necesita renovarse…

Pintan bastos para cualquier negocio ¿no?

Los gerentes, con Robert Schiffman a la cabeza(el propietario que aún no había citado), ya anuncian en 1975 la venta del teatro, ante la imposibilidad de mantener el saraó en pie. No siempre el show must go on. En 1977 bajan la trapa y no es hasta 1978 que un grupo de empresarios compran el recinto.

Los primeros propietarios negros

Tan chunga estaba la cosa que hasta las cañerías, muchas de ellas podridas, destruyeron parte del escenario.

El tal Schiffman tiene el ojo de vender, imagino que a pérdidas, el negocio a un grupo de empresarios negros.

Y por primera vez, en 1978, tras más de sesenta años de existencia, el Apollo es finalmente regentado por la misma gente que llevaba décadas manteniéndolo en pie.

El teatro Apollo de Harlem en la actualidad

Llegamos a 1983. El Apollo Theater es reconocido con, quizá, el mayor honor que puede recibir en Estados Unidos un edificio: entra en el Registro Nacional de Lugares Históricos.

Aquí la carta, aún mecanografiada, donde se le otorga semejante distinción.

Aunque cueste creerlo, aparece en la web oficial de Parques Nacionales, como si fuera Yosemite o el Gran Cañón (hablo de ellos aquí y aquí, por si estáis con ganas de viajazo por las Américas).

Amateur Nights

En una cultura tan competitiva como la americana, el asunto es bien sencillo: sales al escenario, haces lo tuyo, y recibes por parte del público dos posibles respuestas: un tremendo abucheo (un boo) o bien los aplausos y el reconocimiento.

Esto, que tantas veces vemos ahora en la tele en esos infames talent-shows, ya se llevaba a cabo en el Apollo Theater, al menos desde 1934. Y hay que tener los cojones bien puestos para recuperarte de un fracaso de este tipo y seguir adelante con tu carrera.

Lo ilustra muy bien esa deliciosa comedia que es La Maravillosa Señora Maisel.

Vamos a poner unos poquísimos ejemplos. Por allí han pasado, en los inicios de sus carreras, nombres como, atención:

Billie Holiday

1934. Lady Blue actuó con 19 años en el Apollo. Era una completa desconocida para el gran público. Al fin y al cabo, sólo había grabado dos canciones meses antes con la orquesta de Benny Goodman. Cuenta en su autobiografía que fue prácticamente empujada al escenario tras haber ido cerca de veinte veces al baño, de los nervios que tenía la pobre. Reventó al público con «The Man I Love», y tan sólo una semana después (así debió de ser su éxito) volvería al escenario.

Todo esto lo podemos leer en su autobiografía: Lady Sings The Blues.

James Brown

Vale, no fue una actuación en una de las Amateur Nights: fue su álbum de octubre del ’62 el que lo reventó todo. Aún a día de hoy no se sabe quién hizo más famoso a quién, si el Apollo a The Hardest Working Man in Show Business o James Brown al The World Famous Apollo Theater.

El caso es que se dice que en los sesenta había dos cosas en la casa de todos y cada uno de los negros del país: una copia de la Biblia y otra del Live At The Apollo.

Tan importante fue el uno para el otro, el otro para el uno, que el féretro de James Brown estuvo expuesto en el escenario del Teatro Apollo:

Una historia del Apollo Theater de Harlem

The hardest working man in business descansando, finalmente.

D’Angelo

Un tío que sólo ha sacado tres discos de estudio desde 1995. Para Music Radar Clan, y para miles más de personas, es una de las mejores cosas que le han ocurrido a la música norteamericana de los últimos cien años. Sus discos pasean entre ese jazz combativo de un Gil Scott-Heron (qué pepinazo es su The Revolution Will Not Be Televised… y qué bien lo versionaron nuestros Chocadelia), ese neo-soul del cual fue quizá Erykah Badu la mayor exponente…

En definitiva: bocaditos de pecado al alcance de cualquiera con los oídos mínimamente predispuestos.

Lauryn Hill

Un tremendo «boo» fue el que se llevó esta jovencita de trece años cuando salió al escenario del Teatro Apollo en una noche de 1987.

Vídeo:

Una historia del Apollo Theater de Harlem

Trece años contaba en su haber Lauryn Hill. Pinchad en la imagen para ver el tremendo abucheo que se llevó la pobre.

Sólo nueve años después volvería con los Fugees a mearse en la cara de todos.

Y vídeo (mirad cómo vacila al público a partir del 1:05):

Una historia del Apollo Theater de Harlem

Y hoy… me vais a comer to’ lo negro. Pensaría Ms. Hill.

Unas pocas curiosidades del Apollo

Jimi Hendrix ganó el primer premio del concurso de músicos amateur de 1964. Sólo tres años después sacaría su primer álbum, y sólo seis años después fallecería. Y hasta el día de hoy, y estamos en 2024, sigue siendo considerado uno de los mejores guitarristas del mundo.

Los vestuarios originales aún existen y, oh sorpresa, siguen siendo los preferidos por los músicos que allí actuan. Y aunque los nuevos disponen de duchas y todo lo que se pueda necesitar, ¿quién no querría cambiarse en el mismo espacio físico donde lo hicieron Ella Fitzgerald, Wilson Pickett o los Jackson Five?

El tocón de la suerte. Los estadounidenses son, no me cansaré de repetirlo, especialistas en crear sus propias leyendas, sus propios ritos, y en hacer grande cualquier cosa que aquí despreciaríamos. En este caso es un trozo de un olmo que, sobre un pedestal, se encuentra a la derecha del escenario, que todo artista que sale al escenario acaricia y que, juran, trae buena suerte. Este pequeño tocón proviene de un olmo que fue podado años ha. Cómo no, tiene una pequeña página propia en la web de los Parques de Nueva York.

Una historia del Apollo Theater de Harlem

El árbol de la esperanza, en 1936. Un trocito de este árbol sería comprado para estar en el escenario del Apollo.

La última actuación sobre un escenario de Michael Jackson fue el 24 de abril de 2002, en un concierto gratuito donde sólo interpretó tres canciones de su, por entonces, último álbum: el grandísimo Dangerous. Aunque no hay una grabación completa de ese pequeño concierto, sí podemos ver el ensayo de Heal The World, que apareció en 2017.

¿Te gustaría organizar tu próximo saraó en el Apollo? Puedes alquilarlo, sí (casi todo está en venta en ese gran y extraño país de países que es Estados Unidos, capaces de lo mejor y lo peor en el mismo día). El precio parte desde los 1000 a los 30.000 dólares.

He leído, digerido y transformado información de…

Me he basado en los siguientes artículos para escribir éste que te has leído hasta el final, ávido lector:

Y esto es todo, queridos. Espero que os haya sido tan interesante leerlo como para mí ha sido escribirlo.

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